La visualización de los problemas socio-ambientales, como emergentes a partir del modelo de desarrollo depredador de la naturaleza y las culturas, comienza a evidenciarse en las últimas décadas del Siglo XX. Este estilo de desarrollo tuvo origen en la Modernidad y se intensifica hacia fines del Siglo XVIII, de la mano de la Revolución Francesa, la posterior Revolución Industrial en Inglaterra a mediados del Siglo XIX y la expansión capitalista a nivel global, hoy en su fase más avanzada. Este proceso histórico y sus consecuencias hacen que comience a discutirse sobre los problemas emergentes propios del Desarrollo, particularmente en los años 70 y toma consistencia conceptual y política en los ’80 con la discusión sobre el denominado Desarrollo Sustentable.
En la segunda mitad de los años 80, y en particular a partir del “informe Brundtland” (Nuestro Futuro Común, 1987), el concepto de desarrollo sustentable se generalizó como objetivo social aparentemente deseado por todo el mundo. Pero igual que otros conceptos (democracia, justicia social, libertad, entre otros) se ha ido banalizando. La categoría conceptual obtiene su consagración en la Cumbre de Río (1992) y ha sido adoptada y “adaptada” por los más diversos actores, intérpretes, pensadores, políticos. La mayor parte de las veces, el concepto es utilizado en declaraciones supuestamente bienintencionadas de organismos e instituciones, como el Banco Mundial, Gobiernos Nacionales, Fundaciones Internacionales, grupos ambientalistas y ecologistas e instituciones sociales de toda índole, quedando como un enunciado que se vacía de contenido.
En la esfera académica, el desarrollo sustentable ha sido tema de cientos de artículos y de decenas de libros, además de innumerables foros de discusión. Víctor Manuel Toledo (1998) va a plantear que “…es posible generar una versión realmente transformadora o “subversiva” del concepto de sustentabilidad, con un enorme potencial para las movilizaciones sociales y las luchas políticas de nuevo cuño”.
Entre los materiales anexos que proponemos para compartir, hay un texto de Víctor Manuel Toledo (Universidad Autónoma de México), llamado: ¿De qué hablamos cuando hablamos de sustentabilidad? Una propuesta ecológica política . Si queremos saber más sobre este investigador, podemos visitar el siguiente sitio: Unam Global
Podríamos decir que la sustentabilidad, implica asumir la responsabilidad de mejorar las condiciones actuales de vida de todas las personas, de las demás formas de vida y de los sistemas naturales, como también la de las generaciones futuras.
Es un imperativo ético no trasladar problemáticas a generaciones que hoy no tienen responsabilidad ni posibilidades de incidir en las decisiones actuales. Y aquí cabe retomar el principio ético de precaución, que supone tiempo para pensar en lo que hacemos y evaluar las posibles consecuencias de nuestros actos. Tiempo para debatir a partir de información fiable y conocimientos sólidos. Tiempo para evaluar riesgos lo que lleva a plantear decisiones en tiempos más pausados. Se debería priorizar la claridad de las decisiones que se toman por sobre la rapidez de la implementación.
El principio 11 del Manifiesto por la vida: por una ética para la sustentabilidad -que compartiéramos en la clase anterior- expresa: “La pobreza y la injusticia social son los signos más elocuentes del malestar de nuestra cultura, y están asociadas directa o indirectamente con el deterioro ecológico a escala planetaria y son el resultado de procesos históricos de exclusión económica, política, social y cultural. La división creciente entre países ricos y pobres, de grupos de poder y mayorías desposeídas, sigue siendo el mayor riesgo ambiental y el mayor reto de la sustentabilidad. La ética para la sustentabilidad enfrenta a la creciente contradicción en el mundo entre opulencia y miseria, alta tecnología y hambruna, explotación creciente de los recursos y depauperación y desesperanza de miles de millones de seres humanos, mundialización de los mercados y marginación social. La justicia social es condición sine qua non de la sustentabilidad. Sin equidad en la distribución de los bienes y servicios ambientales no será posible construir sociedades ecológicamente sostenibles y socialmente justas”.
La sustentabilidad requiere de acuerdos a nivel local, regional y planetario a escala temporal de corto, mediano y largo plazo que fijen políticas ambientales coherentes con los principios éticos que harán posible dicha transición. Entre estos, remarcamos el de la priorización del bien común por sobre el de los bienes individuales en íntima concordancia con el principio 38 del Manifiesto ya trabajado: “La ética del bien común se plantea como una ética para la resolución del conflicto de intereses entre lo común y lo universal, lo público y lo privado. La ética del orden público y los derechos colectivos confrontan a la ética del derecho privado como mayor baluarte de la civilización moderna, cuestionando al mercado y la privatización del conocimiento –la mercantilización de la naturaleza y la privatización y los derechos de propiedad intelectual– como principios para definir y legitimar las formas de posesión, valorización y usufructo de la naturaleza, y como el medio privilegiado para alcanzar el bien común. Frente a los derechos de propiedad privada y la idea de un mercado neutro en el cual se expresan preferencias individuales como fundamento para regular la oferta de bienes públicos, hoy emergen los derechos colectivos de los pueblos, los valores culturales de la naturaleza y las formas colectivas de propiedad y manejo de los bienes comunales, definiendo una ética del bien común y confrontando las estrategias de apropiación de la biodiversidad por parte de las corporaciones de la industria de la biotecnología”.
Como educadores ambientales, es un imperativo ético a re-trabajar y re-significar el aceptar y enseñar la ética de lo mejor para todos, sin ningún tipo de exclusión. Esto requiere de la cooperación plena y la no competencia dentro de la sociedad y con las demás especies biológicas. Por eso, la educación ambiental se vincula fuertemente con la construcción de una ciudadanía ambiental, en la que los/as habitantes de la Tierra asumamos una ética del cuidado que se proponga la construcción de una sociedad sustentable y nos conduzca hacia un proceso de emancipación que reconozca, como enseñaba Paulo Freire, que nadie libera a nadie y nadie se libera sólo; los seres humanos sólo se liberan en comunión. De esta manera es posible superar la perspectiva “progresista” que pretende salvar al otro (al indígena, al marginado, al pobre) dejando de ser él mismo para integrarlo a un ser ideal universal, al mercado global o al Estado nacional; forzándolo a abandonar su ser, sus tradiciones y sus estilos de vida para convertirse en un ser “moderno” y “desarrollado” (planteo realizado en el principio 27 del Manifiesto citado).
Como pueden ver, siguiendo estas reflexiones, la ética ocupa un lugar fundamental para lograr la sustentabilidad, como sustrato común de las acciones individuales, sociales y culturales. De no hacer este planteo caemos en posicionamientos técnicos e instrumentales que priorizan la eficacia y la eficiencia por sobre valores humanos como la cooperación, el compromiso y el pensar en plural.
Por ello, como educadores ambientales, tenemos la obligación impostergable de dar la discusión y el debate necesarios en términos ético-políticos, incidiendo de esta manera en el campo de las actitudes y los valores a promover como sociedad.
A continuación, les propongo mirar este video, un corto elaborado por la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial del Distrito Federal (México) que ilustra los 16 principios postulados por la Carta de la Tierra Internacional a la que adhieren varios países del planeta Tierra:
En este módulo, a medida que vamos entramando ideas, reflexiones, construyendo juntos una senda en común, podemos inferir la fuerza y contundencia que tienen las acciones humanas encaradas colectivamente.
En lo atinente a los conflictos ambientales es impresionante la tarea que vienen llevando a cabo los movimientos sociales.
Raúl Zibechi, escritor, pensador -activista uruguayo, dedicado al trabajo con movimientos sociales en NuestrAmérica- plantea que “los que cambian el mundo son los movimientos sociales, no los gobiernos, los gobiernos pueden reprimir o pueden tolerar, o, en algunos casos, pueden apoyar. Yo creo que los que cambian el mundo son los movimientos, porque lo cambian en todos los espacios, en la microcotidianeidad y en el espacio intermedio. En lo macro, entonces, la potencialidad es esa, la de los movimientos que estamos viendo hoy en América Latina, básicamente, el movimiento de mujeres, el movimiento negro en Brasil y Colombia, los movimientos indígenas, los movimientos contra la minería, los movimientos contra los monocultivos que han tenido triunfos importantes, y son esos movimientos sociales los que han logrado frenar grandes mineras, se ha logrado frenar a Monsanto en Córdoba. Son triunfos que no son fáciles, pero ahí está la potencialidad de los movimientos sociales que están cambiando el mundo”. Compartimos el vínculo a la entrevista que le realizaran a Raúl Zibechi en Desinformemonos.org
En los últimos cuarenta años, la actividad de los movimientos sociales (indígenas, campesinos, urbanos) consiguió modificar las relaciones sociales en casi todos los países de América Latina. Por un lado, abrieron espacios en las instituciones y alentaron a los gobiernos a democratizarse, y en aquellos casos en que esto no fue posible, estos movimientos sociales se constituyeron en el principal factor de resistencia. En segundo lugar, en los propios movimientos, la intervención de sujetos subalternos favoreció diseños organizativos más participativos y abiertos. Por último, pero quizá lo más importante, la impronta de la acción colectiva ha impacto y sigue haciéndolo en la vida cotidiana de modos muy diversos, que pueden resumirse en la ampliación de los espacios de participación, debate y organización de las personas, de modo muy destacado las mujeres y los jóvenes. A través de sus diversas formas de acción y de sus múltiples espacios de intervención, los movimientos sociales de NuestrAmérica hicieron visibles a los oprimidos, y en relación a lo ambiental fueron los principales propulsores de la movilización en torno a conflictos ambientales de alta densidad: destrucciones de los más diversos ecosistemas, multinacionales petroleras y mineras haciendo estragos a lo largo de todo el territorio, contaminación de los grandes acuíferos de nuestra Abya Yala, pérdida de tierras por la modernización promovida por la revolución verde, fumigaciones que enferman y matan a poblaciones indefensas, indios esclavizados en las haciendas que saltaron las cercas para re-crear comunidades; migrantes urbanos que poblaron las barriadas periféricas construyendo otra ciudad más allá de la ciudad neocolonial/neoliberal.
Una muestra de la acción constante de los movimientos sociales en Argentina pone en evidencia la lucha contra las megamineras, el enfrentamiento contra las transnacionales del agronegocio y las corporaciones del campo, la defensa del agua, de todos los bienes naturales comunes, y de la salud de nuestros pueblos. Algunos de estos movimientos sociales y asambleas ciudadanas aparecen en el video que presentamos a través de este vínculo:
Algunos ejemplos de los movimientos campesinos, que es necesario reconocer y compartir:
En este vínculo podemos encontrar movimientos sociales que proponen la protección y defensa de nuestros ríos: Era Verde