Literatura y dd.hh.

Reflexiones literarias sobre los DD.HH. en perspectiva histórica. pandemia.

Coordinan: M. Guadalupe Ispani, María Sormanni, Ileana Fachina, Melina Gigli.

Clase 2

EJE 2: Campo popular y literatura: monstruos, espectros y animales.

  1. La construcción del otro nacional y el campo popular en la literatura.
  2. Tensiones entre ideologemas de clase y representaciones colectivas
  3. Lo siniestro fantasmagórico, monstruoso y animal.
  4. La contemporaneidad de las antinomias fundantes.

Presentación de la clase

Retomando el planteo iniciado en el eje previo -sobre una europeización que divide al ser humano en categorías- podemos sostener que, desde los comienzos de nuestra literatura, se han enunciado las antinomias que marcaron a fuego la ideología de nuestro país. El ideologema sarmientino Civilización/Barbarie, hará estallar su significado en los cuerpos y en el cuerpo mismo de la escritura.

Viñas sostuvo que la literatura argentina comenzó con una violación; el cuerpo ultrajado y sangrante del unitario en “El Matadero” inauguraba así el ciclo de violencia que marcaría a fuego a nuestras letras y a nuestro país. De este modo se construye en la literatura un mito fundacional que invierte los reales del par: aquellos que violaron a los indígenas -producto de lo cual en parte surge el mestizaje-, mataron a millones de pobladores originarios y saquearon los recursos naturales, perpetrando así una verdadera violación y, a su vez, son los que se enuncian como herederos de la cultura y la verdadera civilización.

Ésta es la línea ficcional de la literatura argentina que -como en un macabro juego de espejos- devuelve una imagen invertida a la vez que deforme. Observamos en el texto de Echeverría que, por un lado, la violencia que se ejerce es hacia el unitario; por el otro, la violencia en los otros cuerpos de la escritura -los de los federales- que se presentan como lo salvaje-animal, se manifiesta simbólicamente en una masa abyecta sin palabra y sin identidad individual.

Bestias que se mueven en una densa orgía carnificina, mezcladas con barro, mierda y sangre; para el unitario será la palabra, hablará en nombre de la razón; él es un mártir que encarna a la “civilización”; y para el federal, la barbarie animalizada silente.

Ya con el apogeo del estado liberal, otros serán los nuevos “otros” de la literatura: el inmigrante, la chusma, la plebe ultramarina portadora de vicios, que lleva “en la sangre” -como titularía Cambaceres a su novela- la enfermedad y la perversión.

Proletarios hacinados en los conventillos, que arrastran consigo el “germen” del anarquismo y el socialismo, y que poblarán con sus miserables vidas las páginas de los periódicos que atestiguan sus revueltas y sus luchas.

Tras décadas del P.A.N en el poder -partido que representa el conservadurismo en nuestro país-, emergerá un nuevo movimiento que visibilizara consigo un “otro” marcado por una fecha: el 17 de octubre de 1945. Desde ese día, el campo popular no será el mismo en la nación.

 Miles de trabajadores y trabajadoras venidos de los barrios más humildes de la capital, del Gran Buenos Aires y del interior del país se reunieron en la Plaza de Mayo para pedir por la liberación del Coronel, quien desde la Secretaria de Trabajo y Previsión, impartió una serie de derechos que, por vez primera, les eran reconocidos a los trabajadores.

Estas personas que esperaban vivando con gozo el nombre de Perón, llegaban en columnas a uno de los bastiones de la tildada y civilizada Buenos Aires: la Plaza de Mayo. Las mujeres bañaban a sus niños en la fuente de la plaza y los adultos se mojaban los pies para refrescarse por el agobiante calor. Ese día fue recordado como el día de “las patas en la fuente”. Los diarios de la época llamaron a lo acontecido “aluvión zoológico”. El pathos de la indignación y el asco fue tomando forma y nombre hacia un nuevo otro: ellos, los monos, los negros, los cabecitas.

El peronismo y el antiperonismo fueron configurando un escenario maniqueo en nuestro país; el inconsciente colectivo se plagó de mitos fundantes, doxa e ideología: el banco central donde se tropezaba con el oro, los pisos de parqué de las casas regaladas que servían para prender el asado en otras nuevas fiestas carnificinas -como aquellas otras, las del Matadero-.

Es en este periodo histórico/cultural en el que nos vamos a centrar: la violencia en la construcción de un ethos bárbaro y animal; otro moreno y aindiado que invade y mancha con su color y su calor (pasión/instinto) todo lo que toca.

El peronismo y sus seguidores pasaron a ser esa “cosa” molesta y pringosa que sólo sabe de goce, derroche y despilfarro. Flujo de deseos, instinto y pulsión pantagruélica que absorta, asusta y fascina a ese “otro civilizado” que lo nombra y construye, además, desde la literatura.

En este sentido podemos pensar que la ciudad letrada y la continuación de la literatura argentina construyen su vínculo con el campo popular de manera siniestra.

Freud definió lo siniestro como aquello inquietante y aterrador a la vez que cercano y familiar; eso que se esconde, oculta y reprime en el interior, ya que posee una fuerza temida, poderosa y fascinante a la vez.

En este juego de duales “la barbarie” será narrada con estereotipos negativos, abyectos y aterradores frente a “la civilización” que, además de contar al otro, se cuenta -desde un comienzo- como lo seguro, genuino y superador.

Esta dicotomía Civilización/Barbarie se convertirá en la verdadera grieta que llega hasta nuestros días, y que eclosiona en su forma más atroz en la última dictadura militar.

En Bestiario, Julio Cortázar incluye dos cuentos que podemos analizar en base a la mirada propuesta; estos son: “Casa Tomada “y “Las puertas del cielo”. En el primero, desde la teoría literaria. se produjo -como uno de los acercamientos posibles- una lectura en clave político-ideológica; como alegoría del terror que causó en cierta clase, el ingreso del peronismo a modo de movimiento popular en el poder.

El cuento relata la acomodada vida de dos hermanos, un hombre y una mujer, que conviven en su casa apaciblemente. Muchas son las huellas de clase que se pueden rastrear en el texto: el hermano, quien narra el relato, menciona su marcada preferencia hacia la literatura francesa, la cual funciona como signo fundante de cultura y civilización desde los inicios de la literatura argentina. Poco a poco la paz de la casa –país- se verá amenazada por el ingreso de señales, sonidos, que terminan apoderándose de la misma. La condición de siniestro se presenta; aquello insoportable, aquello innombrable, inmaterial, reprimido, insistentemente escondido deviene fantasmagoría que lo inunda y abarca todo lo anteriormente seguro y conocido, la psiquis, la casa, el país.

En Las puertas del cielo, a diferencia de Casa Tomada, lo ominoso adquirirá sustancia y recibirá un nombre: “los monstruos”. Así llamará el narrador, el doctor Hardoy, a las personas pertenecientes a la clase popular que son por él observados, hasta estudiados, en forma obsesiva, minuciosa y despectiva cuando asiste a sus bailes, sus milongas, “su mundo”, parafraseando el texto:

“Los monstruos asoman con las once de la noche, bajan de regiones vagas de la ciudad, las mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes, el pelo duro peinado con fatiga, jopos enormes y amariconados sin nada que ver con la cara brutal más abajo, el gesto de agresión disponible y esperando su hora.” 

La violencia que se denuncia en el gesto de los monstruos, como inherente y natural, como biológicamente instalada en una clase socio-económica–cultural, no hace más que echar luz sobre la violencia que desborda en la escritura, en cada descripción del relato, en la construcción despectiva, arbitraria e insultante de un otro monstruoso. El narrador habla en nombre de su clase, en un discurso que mezcla el asco, la ironía, la jocosidad y, de a momentos, la absorta fascinación.

En el texto El piquete, de Hernán Vanoli, se relata un acontecimiento cercano en nuestra historia: el conflicto que se suscitó en el año 2008 entre los sectores que representan al campo, por un lado, y al gobierno argentino, por el otro. Si bien la historia se centra en derredor de distintos personajes que asisten a un coto de caza, emerge densamente como trasfondo el suceso que hizo estallar las opiniones y las conciencias de un lado y del otro en nuestro país, dejando al desnudo posicionamientos antagónicos que rebasaban a la protesta en sí misma.

Los personajes -hasta los extranjeros- toman partido sobre el conflicto que divide y desenmascara procesos, versiones y visiones socio-históricas-culturales y económicas sobre nuestro país. La proclama de esos tiempos “todos somos el campo” disparó el debate. Develó así poderes dentro del poder y separó las aguas. Todos somos el campo, el nosotros inclusivo permeó en gran parte de la sociedad. La consigna se repetía y en algunos hizo emerger la pregunta: si todos somos el campo, ¿es que es de todos el campo?

Difícil “leer” el conflicto como una lucha de clases, el texto no lo permite, mientras sí nos obliga a confrontar/nos. Una enfermera insultando y un policía que vocifera con una voz preñada de odio: Yegua/ puta, montonera, vieja de mierda. Y otra vez lo animal y -otra vez- la carga sobre el género que, ya por conocidas, resultan naturalizadas. Eva igualmente era una yegua/puta en el decir de un sector de nuestro país, y así también se problematiza su imagen proyectada desde la literatura.

El texto dispara sobre sobre los cuerpos -hay heridos de bala- y dispara preguntas sobre quienes nos acercamos al cuerpo de la escritura. Es siniestro porque incomoda, es molesto porque parece sencillo y confortable. No obstante hay un ruido que se cuela desde lo profundo: ¿son mirados y contados de igual forma todos los piquetes?, ¿qué dice la prensa de unos y de otros?, ¿qué piensa mi vecina, qué siento yo?, ¿qué se pone en juego cuando veo a un niño rubio agitando una bandera argentina en un piquete rural y cuando veo a un niño morocho de algún movimiento social?, ¿es que hay niños que son “más niños?, ¿es que hay hechos que son bárbaros si los producen unos pero devienen gestas patrióticas si los realizan otros?, tal como al inicio de nuestra historia.

Debido a su casi presente histórico, es que este texto resulta interesante a la vez que molesto. Invita a seguir pensando más allá de la superficie, a confrontar con nuestras propias certezas para deconstruir discursos buscando desnaturaliza, pensar y pensarnos; también, desde la literatura que -como sabemos- crea mundos y realidades a la vez que nos ayuda a interrogarnos sobre las mismas. Es por lo dicho que los invitamos a leer los textos mencionados que, entre otros, nos interpelan para seguir pensando-nos.

Bibliografía Obligatoria

Cortázar, J. (1962) “Casa Tomada”, Bestiario .Buenos Aires: Sudamericana. Disponible en:

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Cortázar, J. (1962) “Las puertas del cielo”, Bestiario. Buenos Aires: Sudamericana. Disponible en:

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Vanoli, H. (2015). El Piquete. Buenos Aires: Ministerio de la Nación. Disponible en:

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Bibliografía de referencia

  • Echeverría, E. (2003). La cautiva/El matadero. Buenos Aires: Colihue.
  • Freud, S. (1988). “Lo siniestro”, Obras completas, Vol.13.Buenos Aires: Hyspamérica.
  • Rosano, S. (2006). Rostros y máscaras de Eva Perón .Imaginario populista y representación Rosario: Beatriz Viterbo Editora.